El sábado pasado, Luis San Miguel, Santi Miraglia y yo salimos temprano desde Buenos Aires hacia Entre Ríos para pescar tarariras.
Entre mates y charlas llegamos a destino en el horario calculado e ingresamos al campo donde están las lagunas que visitaríamos. Tras unas palabras escuetas de parte de los cuidadores del campo, tomamos el camino interno para llegar al agua.
El día se presentaba ideal. Desde el jueves se venía anunciando que iba a ser un fin de semana perfecto para estar pescando.
Bajo el cálido sol de la mañana enfilamos campo adentro con el auto de Lucho. El camino hasta el agua era largo y contábamos con dos opciones: ir lento y a los saltos o tomar un terraplén recientemente construido, en caso de que este se hallara en condiciones.
Nos arrimamos al terraplén y lo examinamos. “Seco, seco” lo juzgamos con mirada citadina, por lo que nos decidimos a seguir. Tras unos sonrientes y confiados 15 o 20 metros, la rueda delantera derecha del Bora se sumergió en una huella engañosa y empezó a rociar de marrón al auto e incluso al “Tuni” Miraglia que venía de acompañante con la ventana abierta.
Con tranquilidad, aceleramos el motor para salir de la huella. Luego intentamos retroceder un poco para terminar aquel embrollo que era una cuestión de segundos. Y después de estas dos maniobras estábamos decididamente atascados…
No podíamos volver atrás, ni siquiera caminando; habíamos hecho ya un largo trecho desde la entrada y sin duda podíamos salir de ese pozo con el ingenio combinado de los tres.
El “Tuni” fue quien tomó ese llamado nuevamente. Por alguna razón y con una voluntad descomunal terminó completamente acostado en el barro cavando con sus manos alrededor de la rueda e intentando luego pavimentar la húmeda huella con cascotes que Luis y yo le acercábamos con una diligencia descomunal.
Dos horas más tarde, todo estaba resuelto. Luis había finalmente caminado bajo el sol de mediodía hasta la casa del campo para volver junto al dueño y su tractor, que salvaría nuestro día.
Tras ser remolcados, arrancamos de nuevo, salimos, nos atascamos de nuevo, nos remolcaron de nuevo, y finalmente salimos por última vez del terraplén para alejarnos de ese campo en busca de nuevas aguas.
Por la tarde, después de consumir nuestra tibia pero reparadora vianda, Luis nos mostró unas muy lindas lagunas donde pudimos dar con las primeras y ansiadas tarariras usando poppers y streamers. Y para culminar el día nos dirigimos hacia el río para castear hacia los doradillos que subían a lo lejos, en el imponente atardecer.
Tuni sin duda merecía la captura del día. Mientras caminábamos por la orilla, realizó un cast hacia un prometedor juncal en aguas bajas, donde había movimiento. Se distrajo por un momento para responder una pregunta cuando de repente vimos que el lomo de un dorado movió las aguas bruscamente, disparando el pez río adentro. Había tomado la mosca pero la clavada había llegado muy tarde.
Fue simplemente una más de esas cosas “de este andar pescando”. Es probable que no haya sido la mejor pesca de tarariras que se haya visto en la zona, pero para nosotros fue una salida que no vamos a olvidar y que alegrará más de un asado.
Fotos: Luis San Miguel.