Desde que cerraran Rincón Chico el Limay había terminado para mí, los recuerdos de peces grandes estaban vinculados a este sector. Aprendí a pescarlo gracias al Pelado Ricigliano, recuerdo su entrenamiento situándome en posiciones de tiro altamente incómodas desde las cuales debía ejecutar lanzamientos largos con viento y moscas voluminosas. Una de sus frases contundentes vuelve seguido a mi mente: “si pescas en el Limay, pescas en cualquier río del planeta”.
Esta
temporada la explosión del Paraná reagudizó mi adicción a los dorados. No
pensaba viajar a Patagonia hasta que un amigo me invitó a pescar exclusivamente
el Limay, el desafío fue irresistible.
Encaré este viaje sobre el cierre de la temporada con un objetivo: aprender a pescar la boca y primeros pools. A través de mi amigo Pedro Navarro surgió la posibilidad de pescar junto a Carlos Vidal, un tipo de corazón abierto, amen de ser uno de los pescadores grosos de la nueva generación.
Luego
de manejar más de veinte horas buscamos a Carlitos y enfilamos hacia la boca. Entramos
caminando sobre la barda del lado de Río Negro, había monstruos lomeando por
todos lados, el concentrarnos fue algo utópico. Cumplimos la fase uno: conocer
el lugar, saber cómo caminarlo y pescarlo, pagando el derecho de piso sin tocar
ninguna.
Desde el puente carretero nos dejaron boquiabiertos los troncos que estaban entrando al río. Al charlar con varios pescadores notamos que la mano venía complicada, las buenas capturas eran esporádicas, pese a que una enorme cantidad de marrones se hallaba dentro del río.
Este
es uno de los ríos más psicológicos en los cuales he pescado. Nos negamos a
aceptar el destino “sapo” que se cernía sobre nosotros. Sólo necesitábamos un
buen pique para dar vuelta la situación. Todo estaba dado para que tarde o
temprano conectásemos alguna, pese a los pronósticos.
Pescando una tardecita en el enorme pool situado bajo el puesto del guardapesca, unos cientos de metros bajo el lago, conecté la primer grande.
Habíamos
estado contemplando un cardumen de arco iris enormes desde lo alto. Estaban
ubicadas en un lugar que evocaba memorias de steelheads y otras aguas. En la
parte media el pool se ensancha, allí hay una piedra chata sumergida a la cual
puede llegarse previo vadeo jugado. Desde allí empecé una serie de lances de
menor a mayor. Al segundo tiro láser el leader se estiró suavemente y la trout
special cortó la superficie pescando, la dejé profundizar al tiempo que la
movía con tirones suaves y cortos. La frenada, clavada y salto se sucedieron.
No dio tiempo a nada, estaba bien entrado en el backing en segundos. Si el pez
abandonaba el pozo, probablemente lo perdiese así que baje la caña y ajuste el
freno. Saltó enojado a lo lejos, era grande. El resto de la pelea fue poderosa.
Totalmente solo, presenté unos setenta
centímetros de arco iris recién entrada del lago junto al equipo para tomarle fotos, rogando
que alguna hiciera justicia a tanta belleza.
Me senté en una piedra y llamé por teléfono a Juli, mi mujer, para compartir la alegría.
Con
el mismo equipo, en un lugar similar a miles de kilómetros, capturé un pez
parecido pero llegado del océano. Hay patrones que se repiten una y otra vez.
Toda experiencia suma, el mezclarlas genera un efecto logarítmico en la
capacidad de un pescador de resolver diversas situaciones.
Pensaba continuar pescando la cola del pool cuando llegaron dos pescadores, uno saludó cortito y a boca cerrada, el otro ni siquiera. Uno de ellos ingresó al agua a veinte metros mío como un hipopótamo en celo. Comenzó a castigar ramas, piedras y agua por igual con su línea y mosca. Las revoluciones de este ser humano eran indescriptibles. Permanecí sentado tomando unos sorbitos de cognac mientras meditaba qué hacer al respecto. Lo tomé con filosofía, no quería abandonar el pool ni discutir.
Tuve
un nuevo pique enseguida, la AI
mediana se retobo lindo. Poco después saqué una marrón chica. Cuando levante la vista el pescador se
hallaba mas cerca todavía, más eléctrico que antes.
Me propuse hacer una pasada más antes de retirarme en silencio.
Anudé
una Big Hole Demon oliva en anzuelo 2 de pata bien larga con un nudo lacito
(non-slip). La mosca desvestida voló fácil y lejos, cayó pescando. La tomada no
me sorprendió. Un macho marrón colorido coronó la tarde. Justo cuando lo
terminaba de arrimar apareció Pedro y tomó fotos.
Nos fuimos a cebar unos mates a lo de Carlitos dejando al pescador practicar su pulida técnica para domar leones.
Aquella
fue una excepción ya que por suerte la mayoría de pescadores que cruzamos
fueron respetuosos y amables. Algunos de ellos excelentes en su técnica, en
estos casos dejé de pescar un rato y los observé para aprender. Algo que note
es que muchos pescadores lograban buenas distancias pero no se preocupaban en
trabajar la mosca. Dejaban que la corriente arrastrase el conjunto a la espera
de tener pique. Me gusta trabajar la mosca utilizando la corriente, con una
cierta tensión que provoque el movimiento de los materiales. Además utilizo la
punta de la caña y mano izquierda para agregarle vida. Según el momento y lugar
pueden ser tirones leves o una huida a máxima velocidad.
Esta vuelta dio resultado un shooting taper armado con un torpedo de Scientific Anglers numero 9 de hundimiento IV unida a un running line Amnesia en 20 libras de resistencia. Con torpedos Fast II y Fast III no tuve buenos resultados. El deporte no pasa por si pescamos con tal o cual línea, con una caña de bambú carísima o una caña barata, si picaron con la mosca fachita o feuchita. Pasa por cómo utilicemos dichos implementos, en la elegancia y eficiencia con que lo hagamos, pero lo más importante: en la satisfacción personal que ello nos produzca.
Al
día siguiente llegaron el viento y las olas. Entré a la barda del lado
rionegrino disfrazado de buzo y capeando las olas. Las roscas siempre traen
pique, especialmente en las bocas. Saqué el torpedo y un par de metros de
Amnesia e hice un tiro corto dentro del río para seguir sacando running. Cuando
empecé a recoger para armar las anillas tuve un pique monstruoso, un solo
cabezazo, la afirmé pero no la moví. Era de las encabronadamente grandes, de
esas que ni se dan cuenta del pinchazo. Disparó lenta y segura río abajo, la
estrella ajustada al límite de resistencia del Super Raiglon 0,40 mm no provocaba mella
en la seguridad de su nado. Todo ocurría en cámara lenta debido a las
cantidades industriales de adrenalina que mi organismo secretaba. Salí de la
barda como si caminase sobre el agua, no había ola capaz de detener mi carrera.
La bestia se había fondeado a la altura del pool de los álamos, luego de
meterle presión arremetió río arriba. Pude sentir el roce de las piedras antes
del corte. Un pique ansiado durante mucho tiempo, que llego en forma casual,
perdido sin más. Fácil vino, fácil se fue. Un sorbito de Cognac y a buscar
otra.
Uno recuerda mejor de las perdidas que de las ganadas, esta permanecerá imborrable.
Flotando
el río me fascinó ver los cardúnes de truchas grandes. Eso si, bastante
nerviosas y ariscas a tomar las moscas. Supuestamente la culpa era de la
cantidad de embarcaciones flotando el río, de la Luna, del terremoto, etc. Lo
que debería reverse es el empleo de anclas, un ancla genera un enorme disturbio
bajo el agua, espantando las truchas. El remar mal también espanta, deben
moverse los remos con cuidado, sin chapotear. Además existe el dilema deportivo
acerca de anclarse cerca de las truchas y prácticamente hacer lengue para
capturarlas.
Un gran amigo, Mario Capovía, explicó su acertado punto de vista mucho tiempo atrás: el río debe tener santuarios, lugares inaccesibles a los pescadores donde los peces estén a sus anchas. Con el auge de las flotadas esto ha dejado de existir.
Personalmente,
me gusta balsear para poder recorrer el río, cubriendo amplios sectores. Pero
la pesca me gusta hacerla vadeando, sobre todo en un río como el Limay donde
gran parte de la dificultad pasa por el lanzamiento mismo.
La tercer grande fue un premio de la boca. Llegamos al puente con un viento tremendo, vimos un cardumen importante de arco iris, todas bastante grandes. Habiendo iniciado la bajada por el lado neuquino, comenzando en el chupón mismo, tuve un buen pique en la cola del pozón del molino. Salió eyectada río abajo y zapateó arriba. Me tomó varios minutos reducir ese misil plateado. Admiré semejante trofeo sin mácula, mi primera trucha buena pescada en la boca del Limay. El objetivo estaba cumplido.
Volveré a buscar la gran marrón, pesada y astuta, idealizada y largamente soñada.
Un
saludo cordial,
Nicolás Schwint
Artículo publicado en el Magazine Digital Mosquero número 37