Como definir esa sensación de ir al Sur Argentino a pescar, simplemente a pescar. Soy hermano menor de una familia de ocho integrantes (mis dos viejos y mis 5 hermanos), con varias características heredadas de los más grandes, desde ideologías, gustos musicales, futboleros, hasta la indescriptible pasión por la pesca con mosca.
Con pasaje en mano rumbo a San Martin de los Andes, a visitar a Diego, un hermano, más que hermano, un amigo (cuando le confirme mi presencia para estos días, su respuesta fue “te espero en la terminal, con el gomon enganchado a la chata…”) siento que las horas no pasan, que todo, o casi todo, es secundario, casi les diría, un fanatismo preocupante.
Todo arranco en el jardín de casa, hace algunos años, ahí fue mi primer contacto con una caña de mosca. Diego estaba practicando para su semana anual de pesca con los amigos de Santi (el mayor de mis hermanos) y me dijo, “Fede, tenés que probar esto, no pierdas el tiempo”.
Yo me consideraba, desde chico, fanático de la pesca, pero de la boya y el paternóster, de la tararira y el dorado. Hace dos años mi entusiasmo fue creciendo, hasta que decidí hacer mi primer viaje al sur, simplemente para pescar, motivado por los apasionados de la familia. Los integrantes de ese viaje eran: mi única hermana, su marido, unos amigos de ellos y yo.
Fue en abril, increíble época para ver nacer el otoño, imborrables imágenes de los árboles dorados, con sus hojas cayendo sobre el Chimehuin, los waders puestos por primera vez, las botas, el armado de la caña, el atado de la mosca y los primeros pasos en el rio, ahí estaba, vadeando por primera vez. Excelente día ese, pero de pesca, mejor ni hablar, ni un sólo pique, aunque a esa altura me conformaba simplemente con el paisaje. El segundo día amaneció nevando, mi cuñado desde la cama me dijo “Con esta nieve vas a salir? Andá vos, más tarde voy..” era entendible, la cama era mucho mas tentadora para un pescador que tiene varias temporadas encima, pero no para mi, un principiante.
Salí nomás, era temprano, alrededor de las siete y media. Camine 10 metros y me di cuenta que nevaba fuerte, y hacia frío, en serio, no como en Buenos Aires. Fueron momentos de duda, pero creo que fue más por orgullo propio que por otra cosa, el hecho de no volver a la cabaña y darle la razón a mi cuñado. Camine un rato largo, hasta que encontré una lagunita, de esas que nacen de los brazos del Chimehuin, y si mal no recuerdo, diseñadas por el propio Lodge. Mi cabeza automáticamente dijo “acá me quedo, y acá voy a sacar mi primera trucha”. No fue tan fácil, pasaron 30 minutos bajo la nieve y la llovizna, casteando y casteando, las veía a ellas, salían a la superficie casi en tono de burla, como diciendo: “dale flaco, no es muy difícil pescar acá, somos varias, el lugar es chico, que más querés…” pero me faltaba algo.. Mire las moscas y pensé que la que estaba usando, evidentemente no era la indicada (pensar también es parte de la pesca). Entre varias que tenia en el chaleco mosquero del Mono (otro hermano más) vi una Atractor, una porquería de goma negra y amarilla que no decía nada y ,riéndome, la agarre.
Desate la otra mosca y con las manos temblando logré atar, casi con desprecio, al bicho de goma en el líder. Cambió mi casteo, lo sentía diferente, mi poca experiencia me decía que estaba haciendo las cosas “relativamente de manual” y creo que por esa razón llegó el premio. Que lindo ver como trabajaba la mosca sobre el agua! Con dos o tres tiros note movimiento en el agua, sabia que había elegido bien y que era cuestión de tiempo. En el cuarto tiro, vi una trucha marrón abrir la boca como un cocodrilo, para agarrar la mosca, CASI ME MUERO! Que adrenalina tenia, dios.. pero mi inexperiencia me jugó una mala pasada, recogí demasiado rápido la linea y la trucha reculo enseguida (no me lo perdone en todo el viaje..).
Tuve revancha, esta vez si, veía la aleta que se acercaba a la mosca “tranquilo fede, traquiiiiilo”. Fueron 5 segundos, para mi 5 siglos, pero esta vez aprendí la lección, la traía despacito, despacito y por fin la marrón devoró la Atractor, todo en milésimas, pegué el tironeo y ahí si.. AAAAAAAAAAH! COMO SALTABA ESA TRUCHA!!! Ahí estaba yo, en la nieve, con 5 grados bajo cero, sintiendo cada tirón como si fuese el último, que sensación inexplicable.. Salió gente, salió.. Que cosa linda, todavía no me olvido de la cara que tenia, como un sobrino con palitos de la selva..
Así fue entonces, mi primera trucha y la razón de mi delirio por este deporte..
Con 23 años recién arranco, y me queda mucho (demasiado) por aprender. Espero haberlos entretenido un rato.
Un abrazo de un mosquero principiante.
PD: Retomando el primer renglón, esa sensación, la estoy teniendo hace varios días, y les aseguro, no se puede definir.
(Enero 2011)